Excelente cuento clásico que hoy os 
traemos para contar a los más pequeños de la casa. “Las habichuelas 
mágicas” de Hans C. Andersen
Había una vez, una pobre viuda que vivía
 en una pequeña cabaña, sola con su hijo. Tenían como único bien una 
vaca lechera. Era la mejor vaca de toda la comarca, daba siempre buena 
leche fresca para ella y el muchacho.
Pero ocurrió que la viuda enfermó y no 
pudo trabajar en su huerta, ni cuidar su casa por mucho tiempo. 
Entonces, ella y Jack (pues así se llamaba el joven hijo) empezaron a 
pasar hambre y decidieron vender la vaca para sobrevivir.
Un día en que había feria en el pueblo, 
Jack se ofreció a llevar la vaca al mercado. La viuda esperaba vivir 
varios meses con los víveres y las semillas que les darían a cambio del 
animal y dejó ir a su hijo.
Jack salió temprano, pues la feria se 
encontraba lejos. En medio del camino, se encontró con un hombre extraño
 que quiso saber por qué iba el joven con una vaca atada tan apurado.
—Voy a venderla al mercado, para que 
podamos sobrevivir mi madre y yo —le respondió Jack confiado en la 
mirada y el aspecto amigable del anciano.
—Entonces, tengo una maravillosa propuesta para hacerte —le dijo el anciano mientras le acercaba el puño de la mano—.
Te cambio estas semillas de habichuelas 
por la vaca, son habichuelas mágicas, crecerán de la noche a la mañana y
 darán la planta de habichuelas más grande que hayas visto, con ella no 
pasarás más hambre ni te faltará nada.
Jack se entusiasmó con la idea de la planta maravillosa y le aceptó el cambio.
Cerca del atardecer, Jack regresó a su 
casa. Su madre se sorprendió de que hubiera vuelto tan pronto, pero como
 no vio la vaca creyó que había podido venderla. Cuando Jack le contó 
que la había cambiado por las habichuelas se enojó mucho con el 
muchacho:
—¡Ve a acostarte sin comer! —le gritó mientras tiraba las semillas de habichuela por la ventana.
Jack se fue muy triste a dormir. Durante
 esa noche soñó que las semillas del jardín crecían y sacudían su casa. 
El tallo de la planta de habichuelas crecía y crecía tan grande que 
golpeaba su ventana…
Cuando el muchacho se despertó descubrió
 que el sueño era realidad, desde su ventana vio una enorme planta que 
subía hasta el cielo y se perdía entre las nubes.
Antes de que su madre pudiera llamarlo, 
se escapó por la ventana y se trepó en la enorme planta. Subió y subió, y
 subió y subió, hasta pasar las nubes. Allí descubrió que la planta 
terminaba en un extraño país. Cerca, sobre una colina blanca, se 
levantaba un enorme castillo.
Jack se acercó al castillo. En la puerta estaba parada una enorme mujer que lo miraba sorprendida. Cuando estuvo casi debajo de ella, Jack le preguntó quién vivía en el castillo.
La mujer le dijo que era la casa de su esposo, un malvado ogro.
Jack se acercó al castillo. En la puerta estaba parada una enorme mujer que lo miraba sorprendida. Cuando estuvo casi debajo de ella, Jack le preguntó quién vivía en el castillo.
La mujer le dijo que era la casa de su esposo, un malvado ogro.
Jack tenía mucha, mucha hambre y, de 
manera muy amable, le preguntó si podía comer algo antes de volver a 
bajar por la gigantesca planta. La mujer se enterneció por las palabras 
del joven y lo dejó pasar, le dio de tomar leche de cabra y un pedazo de
 pan. Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un fuerte 
temblor en el desayuno. La mujer le advirtió que llegaba su marido y lo 
escondió en el horno para que no lo viera.
¡Pum, pum, pum!
—Mejor es que te marches, muchacho, a mi esposo le gusta comer niños.
Jack se quedó helado de miedo y no pudo comer más.
—¡Viene muy hambriento. Si te encuentra, te desayunará! —le dijo de la manera más tierna posible para una gigante como ella.
Cuando llegó el ogro, le pidió a su 
mujer la comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar 
bocado se detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar:
—Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que pueda comer como pan?
La mujer le contestó que el olor era del
 niño que se había comido la noche anterior porque no había tenido 
tiempo de limpiar el horno.
Después de comer, el ogro se tiró a 
dormir y Jack aprovechó para salir. Despacio, en puntas de pie, se 
acercó a la puerta, pero no salió enseguida, porque vio que en la sala 
el ogro tenía muchos tesoros: sacos con monedas de oro, estatuas y 
jarrones de oro… Entre ellos, a Jack le llamó la atención un ganso que 
ponía huevos de oro y una pequeña arpa, también de oro, que se tocaba 
sola.
Antes de irse decidió llevarse una bolsa
 llena de monedas, para darle a su madre una recompensa por no vendido 
la vaca y, sin hacer ruido con todo el oro.
Llegó hasta la planta y bajo, bajó y 
bajó. Por suerte, volvió al jardín de su casa. Allí lo esperaba su madre
 muy preocupada. Jack le contó su aventura en el país de los gigantes y 
le dio la bolsa.
Con ese oro vivieron bien por un tiempo 
hasta que volvió haber a faltarles el alimento. Jack decidió entonces 
visitar, se fue del castillo nuevamente al ogro en su casa de las nubes.
 Esta vez se llevaría el ganso de oro.
Era una hermosa mañana de verano cuando 
Jack subió y subió y subió por el tallo de habichuelas hasta llegar al 
país de los gigantes. El muchacho se dirigió al castillo del ogro.
Nuevamente encontró parada en la puerta a
 su enorme mujer que lo miraba más que sorprendida. Cuando estuvo casi 
debajo de ella, Jack le preguntó si el ogro estaba en el castillo. La 
mujer le respondió:
—Mejor es que te marches, muchacho, sabes que a mi esposo le gusta comer niños en el desayuno y está por venir.
Jack, de manera muy amable, le preguntó si podía comer algo antes de volver a bajar por la gigantesca planta.
La mujer se volvió a enternecer por los 
modales del joven y lo dejó pasar, le dio de tomar leche de cabra y un 
pedazo de pan. Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un 
fuerte temblor:
¡Pum, pum, pum!
Jack dejó de comer y se escondió en el horno.
Cuando llegó el ogro, le pidió a su 
mujer la comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar 
bocado, se detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar:
–Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que pueda comer como pan?
La mujer le contestó que el olor era del
 niño que se había comido la noche anterior porque no había tenido 
tiempo de limpiar el horno.
Después de comer, el ogro se tiró a 
dormir y Jack aprovechó para salir. Despacio, en puntas de pie, se 
acercó a la sala de los tesoros, quería llevarse el ganso de los huevos 
de oro. Lo tomó y salió rápido hacia su casa.
Bajó, bajó y bajó hasta llegar a su jardín, allí lo esperaba su madre que se sorprendió del maravilloso ganso.
—Con sus huevos no tendremos más necesidades —comentó muy contenta su madre.
Y era cierto…, pero Jack no estaba 
tranquilo, quería volver al país de los gigantes para llevarse el arpa 
mágica. Una pequeña arpa de cuerdas de oro que se tocaba sola. Así, a la
 mañana siguiente, se levantó temprano; salió por la ventana de su 
cuarto y subió, subió y subió por el tallo de habichuelas hasta llegar 
al país de los gigantes.
Muy apurado se encaminó al castillo del 
ogro. Nuevamente encontró parada en la puerta a su enorme mujer que lo 
miraba sorprendidísima. Cuando estuvo casi debajo de ella, Jack le 
preguntó si el ogro estaba en el castillo.
La mujer le respondió:
—Mejor es que te marches, muchacho, como bien sabes, a mi esposo le gusta comer niños en el desayuno y está por venir.
Jack, muy amable como siempre, le 
preguntó si podía comer algo antes de volver a bajar por la gigantesca 
planta. La mujer, que no dejaba de enternecerse por la forma de ser del 
joven, lo dejó pasar. Le dio de tomar leche de cabra y un pedazo de pan.
 Cuando Jack estaba disfrutando de la comida sintieron un fuerte 
temblor:
¡Pum, pum, pum!
Jack dejó de comer y se escondió, por 
tercera vez, en el horno. Cuando llegó, el ogro le pidió a su mujer la 
comida del día y se sentó a devorarla. Pero antes de probar bocado se 
detuvo y comenzó a oler el aire y a resoplar:
—Fa… Fe… Fi… Fo… Fuuu, huelo a carne de niño. ¿No tienes escondido por ahí alguno que pueda comer como pan?
—Es el olor del niño que cociné la otra 
noche. No he tenido tiempo de limpiar el horno —le contestó la mujer que
 no sabía inventar otra excusa a su marido
Después de comer, el ogro le pidió a su 
mujer que le trajera su arpa. Cuando tuvo cerca el instrumento le 
ordenó: “¡Canta!”. El arpa comenzó a hacer sonar sus cuerdas y el ogro 
de a poco se fue durmiendo con la música
En ese momento, Jack aprovechó para 
salir. Despacio, en puntas de pie, se acercó al ogro, que roncaba como 
un trueno, para llevarse el arpa. Al igual que las dos veces anteriores,
 tomó el tesoro y se encaminó a la puerta.
Pero el arpa comenzó a sonar llamando a 
su amo, pues no quería ser robada por un extraño hombrecillo y comenzó a
 gritar con voz metálica y muy fuerte:
—¡Eh, señor amo, despierte usted, que me roban!
Se despertó sobresaltado el ogro mientras seguían oyéndose los gritos acusadores:
—¡Señor amo, que me roban!
En ese momento, Jack escapaba hacia la 
planta. Como al ogro le costó trabajo entender lo que sucedía, le dio 
alguna ventaja al joven en la carrera. Jack bajó, bajó y bajó, pero de 
pronto la planta de habichuelas comenzó a sacudirse terriblemente.
Antes de llegar a su jardín, Jack le 
gritó a su madre que le alcance un hacha y apenas llegó se puso a cortar
 con ella el tallo. El ogro seguía bajando y ya se podía verlo, 
aterrador y enfurecido, descolgándose de entre las nubes.
En ese momento, el tallo se partió en 
dos y la planta se quebró. Grande como era el ogro cayó en la tierra y 
se hundió mientras dejaba un hoyo inmenso y sin fondo. Nunca más nadie 
lo volvió a ver.
En cuanto a Jack, se divirtió con su nueva arpa y, gracias a los huevos de oro, él y su madre no tuvieron más necesidades.
 

 
Qué chévere...¡FELICITACIONES!
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